Los locos, los buenos, y los malos; todos juntos y
apretados, en el mismo barco. No me extraña entonces que haya una guerra a bordo.
No te extrañes tú entonces ¿De qué te asombras cuando ocurre lo indeseable?
Todos vamos al mismo lugar, aunque aquel solitario desquiciado no haya acabado
aun de estrellar su cabeza contra el mismo clavo, obstinado, pero
irremediablemente resignado aunque no lo sepa.
Y ya ves, todos
estamos rodeados de mar y de muerte. Muchos son los que están luchando contra
la ejecución del salto, y en su turbio anhelo de renacer mar adentro, esperan
con recelo que haya algo más allá de los axiomas que intentaron explicar una
vida. Otros, no hacen más que lavar culpas parándose de lado, junto a los
buenos, mirando con odio a los malos, y con ultraje, hacen tela con la
desesperación de quienes no ven más que agua ¿Dónde crees que estamos tú y yo
ahora? ¿Dónde crees que estamos?
A veces, no me queda otro remedio que mi soledad y mi
escritura mientras las aguas salitrosas embisten con saña nuestro navío. Espero
con desespero, tanto como tú, el avistamiento fortuito que nos ponga pronto en
tierra firme. Amo, como los locos, en medio de la nada, a una mujer que me ha arrancado
el alma. Altamar y su oscura destemplanza intentan prodigar mi voluntad,
hacerme renunciar a la rosa que he elegido y que sueño algún día, ergirá a
cielo abierto su retoño en la mejor de las tierras. Sueño algún día, que los sueños que
tuve me abracen, que me sueñen, como yo los he soñado.
¡Qué vacuidad!, ¡qué en balde intento esta noche explicarlo
todo! Si al fin de cuentas sé—por decantación— que terminaré insatisfecho de
todos modos. Con o sin explicación, mi vida, se hundirá más temprano que tarde;
allí donde el mar se une con el sol, no hay más que agua y otro sol, y otro… y
otro.
No sé por qué desespero tanto. Derredor hay otros que van y vienen
con una lubricidad de no creer. En estos tiempos, y habiendo tan poco por
derrochar, ellos, parecen no advertir el disonante estremecimiento del reloj,
diciendo tanto con ese Tic Tac orgulloso, férrico e inmoral ¡Qué horrible poesía la del
reloj! ¡Qué métrica más absurda y despiadada!
¿A dónde me llevará esta noche la locura, y en cuál de todos
esos cuartos oscuros asumiré la derrota? Lo cierto es que mientras tanto,
continúa el asedio, y comienzo a sospechar que poco a poco, me he estado congregando de
manera gradual con otros desesperados. Otros como yo, locos, buenos y malos.
Fuimos malos porque hubo quienes con lágrimas juraron que le hemos arrancado el
corazón, también hemos sido buenos, cuando nos dieron las gracias, pero lo que
jamás ha dependido de cuantías, ha sido nuestra enajenación, la cual, encierra
al mismo tiempo perfidia y benevolencia, soltura y sumisión, el llanto incontrolable
y una alegría perniciosa, de manera tan libre y caótica, que no podemos más que
acercarnos al orgullo; pero luego, llorar con profunda pena la muerte del día.
El loco, es perspicaz ante todo porque sabe, que luego de la algarabía que
despiertan las reuniones, uno debe enfrentar la soledad en el lecho, y esa
soledad es obligatoria e ineludible, es el noveno ángulo del cubo, donde la
razón jamás acudirá con la bondad de otras veces, para salvarnos de nosotros
mismos. Allí, todas las palabras, las que fueron y las que vinieron, se vuelven
filosos imperativos, verdades irrefutables. Allí, nos creemos tan malos como se
nos ha dicho que somos.